La derrota en el Superclásico fue apenas la excusa. Fernando Gago dejó de ser el técnico de Boca Juniors tras una reunión de madrugada en Don Torcuato, donde el presidente Juan Román Riquelme y su círculo íntimo decidieron, una vez más, reemplazar al entrenador. Fue el sexto técnico en menos de cinco años de gestión. Y la pregunta ya no es por qué se fue Gago, sino qué está fallando sistemáticamente en la conducción del club más popular de la Argentina.
El hermetismo del búnker de Ezeiza se quebró temprano con un llamado de Mauricio Serna al entrenador: “Queremos hablar con vos”. Gago ya intuía el desenlace. La decisión fue comunicada sin preámbulos y, más tarde, oficializada en conferencia de prensa por el propio Serna, en un tono frío, casi burocrático. “Hemos encontrado la manera para que no sea más nuestro entrenador”, resumió el dirigente colombiano, sin explicar los verdaderos motivos ni asumir responsabilidades.
Crisis de modelo y liderazgo ausente
La gestión Riquelme —que nació con promesas de grandeza y pertenencia— parece haberse empantanado en una dinámica interna en la que los entrenadores no duran, los proyectos se frustran y las decisiones se toman a puertas cerradas, sin planificación ni transparencia. La salida de Gago, que hasta hace 72 horas era el conductor del líder del Grupo A, se resolvió en una madrugada y sin mediar palabra pública del presidente. Así se manejan hoy los destinos deportivos de Boca.
Con apenas 192 días en el cargo, Gago se va con 17 triunfos, 5 empates y 8 derrotas. Su equipo lideraba la tabla general y había clasificado a los playoffs. Sin embargo, su suerte quedó sellada por tres “pecados” imperdonables para el Consejo de Fútbol: la eliminación de la Libertadores ante Alianza Lima, la caída ante Vélez en la Copa Argentina y la derrota con River. Tres tropiezos en 30 partidos, suficientes para ser expulsado del banco xeneize.
Entre caprichos, silencios y millones
Las internas tampoco ayudaron. La marginación de Carlos Palacios tras un atraso en su regreso de Chile molestó al Consejo. La apuesta fallida por Alan Velasco, por quien el club invirtió 10 millones de dólares, sigue sin rendir. La polémica decisión de cambiar al arquero titular en una definición por penales quedó sin explicación técnica. Cada uno de estos episodios se convirtió en un argumento ex post para justificar una decisión que, a todas luces, ya estaba tomada.
El trasfondo económico también importa: Gago había puesto 1,25 millones de dólares de su propio bolsillo para liberarse de su contrato con Chivas. Ese monto estaba prorrateado en su contrato con Boca. Ahora, su salida anticipada obliga a renegociar una desvinculación que puede costarle al club más dinero del que se admite públicamente. Pero en el Consejo no hubo precisiones: solo urgencia por cerrar un ciclo, limpiar la imagen y pasar rápido de página.
Riquelme y su propio espejo
Los nombres empiezan a sonar: Martino, Milito, Medina, Quinteros, Arruabarrena, Kily González. Pero la pregunta real es otra: ¿qué entrenador querrá asumir en un club donde la gestión se devora técnicos a velocidad récord? Desde 2019, Riquelme y su Consejo han despedido a seis directores técnicos. Ni siquiera la excusa de los resultados se sostiene: ninguno de los últimos tres pudo levantar un título. La paciencia de la gente, como la de los entrenadores, se agota.
A días de los playoffs y con el Mundial de Clubes en el horizonte, Boca vuelve a empezar. Otra vez. Mientras tanto, el póster de Riquelme como ídolo eterno empieza a desgastarse. Su legado como jugador es incuestionable. Pero su presente como dirigente deja cada vez más dudas. ¿Construcción institucional o improvisación crónica? Por ahora, lo único firme en Boca es la inestabilidad.