Este día no es una efeméride más. Es un llamado urgente a mirar lo que muchas veces se quiere ignorar: la violencia que sufren niños y niñas todos los días, en silencio, en sus propias casas, en escuelas, en instituciones, en calles y barrios que no los protegen.
Hay violencia cuando un niño es golpeado, maltratado o abusado.
Pero también cuando se lo humilla, se lo insulta, se lo castiga con indiferencia, se lo silencia.
Cuando se naturaliza el grito, la amenaza, el castigo físico.
Cuando la pobreza le impide alimentarse, aprender, jugar o soñar.
Cuando la sociedad elige mirar para otro lado.
La infancia no puede ser el lugar donde se descarga la frustración del mundo adulto. Y sin embargo, lo es.
Cada día, miles de chicos y chicas son víctimas de agresiones físicas, emocionales o simbólicas. Muchas veces por parte de quienes deberían cuidarlos. Otras veces por instituciones que llegan tarde, mal o nunca.
Este día no debe pasar desapercibido. Nos recuerda que proteger a los niños es mucho más que una consigna: es una decisión colectiva.
Significa criar sin violencia, escuchar antes que juzgar, estar presentes, construir entornos donde la ternura, el respeto y el cuidado sean norma, no excepción.
La violencia contra la infancia no es un problema privado.
Es una responsabilidad pública y social.
Es una deuda urgente.
Y es también un espejo: lo que les hacemos a los niños dice qué clase de sociedad somos.
