Santa Cruz como espejo roto y el incierto legado del kirchnerismo
A mediados de 2025, el peronismo argentino atraviesa una de sus horas más inciertas. Movimiento fundacional de la política contemporánea del país, hoy se debate entre la nostalgia, el desconcierto y la necesidad —cada vez más urgente— de una redefinición estratégica. Sus tensiones internas, sus batallas por la conducción y sus dilemas identitarios resuenan tanto en la escena nacional como en sus bastiones históricos, donde el poder solía parecer eterno.
En ese mapa resquebrajado, Santa Cruz, la cuna política de Néstor Kirchner, actúa como un espejo roto: no solo por la pérdida de la gobernación en 2023 tras tres décadas de hegemonía, sino por el derrumbe visible del aparato partidario. Lo que ocurre allí —purgas, disputas, autarquía de los liderazgos locales— anticipa una pelea mayor que atraviesa al peronismo entero: la de sobrevivir sin destino claro, aferrado a un legado que ya no ordena ni moviliza.
CFK en el limbo: entre la Corte y el tablero político
Cristina Fernández de Kirchner, figura dominante del peronismo del siglo XXI, se enfrenta hoy a un dilema que excede lo judicial. La Causa Vialidad, con sentencia apelada pero vigente, espera revisión de la Corte Suprema. La condena a seis años de prisión e inhabilitación para cargos públicos se mantiene como una amenaza latente. Pero más que una traba judicial, el caso opera como símbolo: alimenta la narrativa del “lawfare” entre sus fieles, y a la vez encarna, para sus detractores, la necesidad de rendición de cuentas.
La ambigüedad del fallo final —que se demora en medio de sospechas de cálculo político— le permite a CFK mantenerse en escena, con la bandera de la persecución en alto. Ese limbo judicial es, paradójicamente, un campo de batalla que le resulta funcional. Mientras no haya veredicto, sigue en pie. Un fallo, en cualquier sentido, podría cerrar ese juego.
Candidatura en Buenos Aires: repliegue, inmunidad o táctica final
En ese marco, su candidatura como diputada provincial por la Tercera Sección Electoral bonaerense abre múltiples interpretaciones. ¿Retiro táctico? ¿Búsqueda de inmunidad? ¿Último bastión de influencia? CFK, que alguna vez encabezó boletas presidenciales con decenas de puntos de ventaja, ahora se refugia en su territorio más fiel. Enmarca su jugada como una apuesta nacional: “Si no nos va bien en septiembre, no nos va bien en octubre”. Pero el cambio de escala —de la Nación a una legislatura provincial— es evidente. Y dice mucho.
Su presencia en Buenos Aires busca retener el control sobre el peronismo bonaerense, especialmente a través de La Cámpora y su hijo Máximo. Pero también expone sus límites actuales: ya no es un factor de arrastre nacional. Necesita refugios, no trincheras. Y la Tercera es su último reducto confiable.
La interna K: una paz imposible entre madre, hijo y gobernador
El enfrentamiento con Axel Kicillof —gobernador, exministro, figura con proyección propia— condensa el conflicto generacional y estratégico dentro del kirchnerismo. Las disputas por el calendario electoral, el peso de Máximo como mediador (o interesado), y la tensión soterrada por la conducción real del PJ bonaerense, muestran una arquitectura de poder en colapso lento.
Kicillof quiere desdoblar elecciones, preservar su figura, alejarse del arrastre negativo de la marca kirchnerista. Cristina lo presiona para unificar la pelea. Máximo, entre ambos, juega a dos bandas: el hijo que protege, el líder que negocia. Pero la fractura es más que táctica. Es generacional, conceptual, de futuro. Kicillof busca autonomía. Cristina, obediencia. El PJ bonaerense está en juego. Y con él, gran parte del futuro del peronismo.
Santa Cruz: de fortaleza invencible a ruina en disputa
La caída del PJ en Santa Cruz tras 32 años fue más que una derrota electoral. Fue un golpe simbólico y estructural. El triunfo de Claudio Vidal (Partido SER), un exsindicalista peronista que armó su propio espacio, desnudó lo que se venía gestando hace tiempo: el desgaste absoluto de una hegemonía que confundió poder con permanencia.
Hoy, el PJ santacruceño navega la oposición sin brújula, sin liderazgos claros y con una interna devastadora. En mayo de 2025, el congreso partidario expulsó dirigentes, suspendió afiliaciones y canceló las internas legislativas. En lugar de reordenarse, se autodestruye. Las tensiones entre figuras locales como Grasso, Cotillo, Belloni y otros, más los rumores de designaciones digitadas desde Buenos Aires (como el caso de Pablo González, actual titular de YPF), profundizan la desconfianza.
El consejero Juan Carlos Rueda denunció que CFK ya había digitado candidaturas, y que se paralizaban afiliaciones para manipular el padrón. Las purgas y acusaciones se acumulan. El PJ se comporta como si aún gobernara, pero no gobierna. Y esa desconexión entre estructura e influencia real es el signo de su colapso.
¿Fin del control kirchnerista o mutación táctica?
Aunque debilitado, el kirchnerismo no ha soltado Santa Cruz del todo. Sus operadores aún intentan influir, pero cada vez chocan más con la autonomía de los liderazgos locales. La crítica de Vidal (“destruyeron el partido”) encuentra eco incluso dentro del PJ. La imposición verticalista, cuando ya no hay hegemonía ni resultados, aliena aún más a una base que pide oxígeno y representación.
La pregunta en Santa Cruz, como en Buenos Aires, es si el kirchnerismo entiende que su poder actual no es el de 2011 ni el de 2015, y que el control sin legitimidad es solo una ilusión costosa.
¿Renacer o disolverse? El peronismo busca su brújula
Lo que se juega no es solo una elección, sino la capacidad del peronismo para reconstituirse en una Argentina distinta, con nuevos lenguajes, nuevas demandas y nuevos adversarios. La discusión sobre PASO versus candidatos “de unidad”, las divisiones internas, el agotamiento de fórmulas conocidas, todo señala la necesidad de una renovación auténtica.
Pero la sombra de la gestión 2019-2023, con una crisis económica persistente y un vínculo roto con los sectores populares, dificulta cualquier relato de esperanza. El ascenso de Javier Milei y la pérdida de votos en los márgenes tradicionales del PJ muestran que el descontento no es solo coyuntural: es estructural.
Una era se apaga. ¿Y ahora?
Analistas como Andrés Malamud consideran al kirchnerismo una anomalía anacrónica que impide la renovación del peronismo. Otros, como Juan Carlos Torre, ven un ciclo que se cierra, aunque no niegan la capacidad camaleónica del movimiento. El peronismo, dice Torre, siempre encuentra una forma de volver. Como el ave fénix.
Pero esta vez, el fuego es más profundo. Santa Cruz no es solo un símbolo caído: es una advertencia. La pelea Kicillof-CFK no es una anécdota: es una fractura fundacional. Si el kirchnerismo fue el largo siglo XX del peronismo, el desafío es imaginar su siglo XXI.
Eso implica liderazgos nuevos, probablemente surgidos desde las provincias, menos atados a los odios del pasado y más dispuestos a reconstruir desde abajo, sin tutelas. Lo que está en juego no es solo el legado, sino la continuidad misma de una fuerza que moldeó la historia argentina.
Conclusión
El peronismo está en una encrucijada real. Las viejas certezas ya no garantizan nada. Las lealtades crujen. Y el poder se ha vuelto volátil. Cristina Fernández de Kirchner, incluso desde la trinchera judicial o la legislatura provincial, sigue siendo un actor clave. Pero su tiempo como eje ordenador parece agotarse.
La reconstrucción será ardua. Implica desaprender viejas fórmulas, tolerar disensos, abrir los juegos internos y dejar que el músculo territorial —muchas veces silenciado— tome la palabra. En esa travesía, el peronismo tendrá que elegir entre el espejo retrovisor o el porvenir. Entre Santa Cruz y lo que venga.