27 julio, 2025 8:00 am

EL FUNCIONARIO DE LOS BOLSOS, LA CÁTEDRA Y LA MEMORIA CORTA

José López, el ex secretario de Obras Públicas que pasó a la historia por revolear bolsos con 9 millones de dólares en un convento, reapareció esta semana ante el Tribunal Oral Federal 2 en una audiencia clave destinada a definir la unificación de sus condenas por enriquecimiento ilícito y administración fraudulenta en perjuicio del Estado.

La escena en el convento de General Rodríguez —dinero, armas, joyas, revoleo desesperado y una monja ayudando en la madrugada— fue tan impactante que quedó grabada en el inconsciente colectivo como símbolo puro de la impunidad. Aquel episodio derivó en una condena a siete años y medio de prisión. Pero hoy, López reaparece con un nuevo relato.

Desde el Penal de Ezeiza, y de manera virtual, el exfuncionario aseguró que tras su excarcelación vivió con austeridad, dio clases en escuelas secundarias y universidades, trabajó en el seguimiento de contratos y hasta ejerció como tutor legal de su nieto. “Llevaba una vida austera pero digna”, repitió varias veces durante su exposición, como si la dignidad se pudiera lavar con pizarrón y marcador, después de haber protagonizado uno de los actos de corrupción más grotescos de las últimas décadas.

Según su defensa, las condenas deberían unificarse en una sola de ocho años, bajo el argumento de que los hechos están relacionados y de haberse juzgado juntos, el castigo sería menor. Pero el fiscal Diego Luciani fue tajante: pidió que se cumplan de forma acumulativa, con una pena total de trece años y medio. Y recordó el verdadero contexto: se trató de un sistema de corrupción estructural, de licitaciones direccionadas, sobreprecios y desvío de fondos públicos por cifras que oscilan entre los 537 y los 1.000 millones de dólares.

López fue una pieza clave en ese engranaje. Su rol en la causa Vialidad lo posiciona como facilitador directo del esquema de beneficios al Grupo Austral de Lázaro Báez. Según los jueces, garantizó el flujo de fondos y la adjudicación de obras públicas de forma fraudulenta. La corrupción, en su caso, no fue un desliz aislado: fue una práctica sistemática desde el poder.

Ahora, la narrativa busca reciclarse. De los bolsos a la pizarra, del convento a la cátedra, del escándalo a la reinserción. La docencia aparece como símbolo de redención. La familia, como escudo. La pobreza digna, como justificativo.

Pero el dato sigue ahí: 9 millones de dólares en efectivo. En un convento. En plena madrugada. Y una justicia que todavía debe resolver si ese pasado alcanza o no para que el presente tenga consecuencias reales.

La pregunta es incómoda, pero inevitable: ¿alcanza con siete años y medio para saldar una de las postales más brutales de la corrupción argentina? ¿O estamos, una vez más, frente al olvido funcional de un país que todo lo digiere… incluso los bolsos llenos?

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