El cierre de listas desnudó las grietas internas. La desmovilización y la falta de relato marcan la campaña más incierta en años.
La imagen era más elocuente que cualquier comunicado: luces apagadas, pasillos vacíos y silencio en la Legislatura bonaerense durante el sábado del cierre de listas. Mientras vencía el plazo legal para definir las candidaturas de Fuerza Patria, el frente oficialista que gobierna la Provincia, una seguidilla de cortes de luz y llamadas cruzadas terminaron de confirmar lo que hasta hace semanas era apenas un rumor: Axel Kicillof se aleja de La Cámpora y ensaya su propio camino dentro del peronismo.
La decisión, por ahora no explicitada en público, dejó heridos y dudas profundas. La tan mentada “unidad” en las listas solo se logró tras una prórroga excepcional concedida hasta el lunes a las 14 hs. Pero detrás de la foto final, con nombres como Verónica Magario, Gabriel Katopodis y Mariano Cascallares en lugares clave, el tejido político quedó tenso, opaco y con grietas expuestas.
“La unidad existe, pero es una unidad que no entusiasma a nadie”, graficó en reserva un referente del Movimiento Derecho al Futuro, uno de los espacios que integra la coalición oficialista. “No hay narrativa, no hay centro de gravedad. Todos sienten que están cuidando su metro cuadrado, y eso se nota”.
La ruptura que no se declara
El enfrentamiento interno tiene nombres propios. El gobernador Kicillof eligió desmarcarse del núcleo duro camporista —referenciado en Máximo Kirchner— y construir una identidad diferenciada. La excusa formal fue preservar la gestión; la lectura política es más compleja: intenta dejar de ser un delegado y convertirse en conductor.
En las listas legislativas, ese gesto se tradujo en nombres más afines a su círculo de confianza y menos militantes orgánicos del kirchnerismo clásico. La Cámpora, por su parte, aceptó el reparto a regañadientes, con la vista puesta en las bancas y el control territorial: ya trabajan en consolidar bloques propios que respondan a su lógica y no necesariamente al Ejecutivo provincial.
Según fuentes legislativas, varios de esos futuros diputados y senadores bonaerenses planean armar “núcleos autónomos” desde el primer día de mandato, con capacidad de veto y negociación independiente. Un escenario que podría transformar el primer año del nuevo gobierno —si gana Fuerza Patria— en una pulseada interna más que en una etapa de consolidación.
Las señales del descontento
La desconfianza no tardó en reflejarse en gestos mínimos pero elocuentes. Apenas publicado el primer video de campaña, el termómetro interno falló: en el grupo digital donde se reúnen referentes de distintas líneas internas, apenas un puñado marcó “me gusta”. El dato es anecdótico, pero simbólico: el entusiasmo se diluye, la energía política está en otro lado.
Un operador de La Plata lo dijo con crudeza:
“Están todos en campaña, pero nadie está convencido. Y cuando nadie cree, nadie empuja”.
Qué se juega en septiembre
La elección bonaerense del 7 de septiembre ya no parece una victoria asegurada. La oposición —dividida pero activa— apuesta a capturar ese malestar con una campaña focalizada en la falta de rumbo, el desgaste de la gestión y las señales contradictorias dentro del oficialismo.
En ese marco, Fuerza Patria enfrenta un dilema estructural: si gana con margen acotado, el capital político para el salto nacional de Kicillof será escaso; si pierde algunas intendencias claves o retrocede en las legislaturas, la gobernabilidad futura quedará comprometida. Y si La Cámpora decide jugar con autonomía legislativa, la tensión pasará del cierre de listas al día a día institucional.
Una campaña sin relato
A diferencia de elecciones anteriores, la campaña actual carece de épica, de slogan movilizador, de relato. Ya no se habla de “batalla cultural” ni de “nuevas conquistas sociales”. El mensaje de gestión es moderado, técnico, y en ocasiones defensivo. En el conurbano, los intendentes peronistas hablan más de obra pública que de identidad partidaria. Y en las secciones del interior, el “voto K” ya no moviliza como antes.
En palabras de un consultor cercano al peronismo:
“El problema no es el adversario. Es la propia confusión interna. Kicillof parece querer representar algo distinto, pero no rompe. La Cámpora resiste, pero no lidera. Y el resultado es un barco con dos timones”.
¿Es posible gobernar con esta fragilidad?
Si el oficialismo no resuelve esta disputa antes de septiembre, no habrá resultado que lo fortalezca. La Provincia es el corazón del peronismo: allí se gana o se pierde poder nacional. Pero también es el espejo donde se refleja la incapacidad de consolidar una conducción única, moderna y representativa. El riesgo no es sólo electoral: es institucional. La fragilidad de hoy puede ser la parálisis de mañana.
Fuerza Patria no está derrotada. Pero tampoco está convencida de sí misma. En un país donde los liderazgos son frágiles y los ciclos políticos se acortan, la mayor amenaza ya no es la oposición: es el desconcierto interno.