Cada 7 de agosto, miles de argentinos peregrinan con una oración en los labios y esperanza en el corazón. No es sólo una expresión de fe, es también un símbolo nacional: el Día de San Cayetano no pertenece únicamente al calendario litúrgico, sino también a la memoria colectiva de un pueblo que lucha por el pan y el trabajo con dignidad.
La figura de Cayetano de Thiene, el noble italiano que renunció a todo para entregarse a los pobres y enfermos, cobra un valor especial en un país atravesado históricamente por crisis económicas, desigualdades profundas y sueños postergados. Su historia no es sólo la de un santo; es la de un hombre que eligió servir y dar, cuando el mundo le ofrecía poder y comodidad.
Por eso, cada vez que en Argentina se habla de San Cayetano, no se piensa solamente en las estampitas, las procesiones o las velas encendidas. Se piensa en ese gesto silencioso de quien busca trabajo y no lo consigue. En la madre que reza por un plato lleno para sus hijos. En el obrero, el docente, el albañil o el jubilado que agradece lo poco que tiene y ruega por un poco más.
Este día nos recuerda que el trabajo no es solo un medio de subsistencia, sino también un derecho humano y un motor de dignidad. Por eso, la devoción popular hacia San Cayetano es, en el fondo, un reclamo por justicia social, un llamado a la responsabilidad colectiva de construir un país más justo, más equitativo, más humano.
Hay quienes levantan altares en sus casas, bendicen sus familias con agua, con pan o con una oración sencilla. Porque la fe también se construye en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo que no sale en los diarios.
Hoy, en tiempos donde todo parece efímero y el individualismo gana terreno, San Cayetano vuelve a unirnos en lo esencial: el deseo de vivir con dignidad, de tener lo justo, de no dejar a nadie atrás.
Que el ejemplo de San Cayetano no sea solo una conmemoración anual, sino una guía. Porque no hay milagro más grande que la solidaridad, la empatía y el compromiso con quienes más lo necesitan.
Y como repiten miles cada 7 de agosto:
“San Cayetano, danos trabajo… y que no nos falte el pan.”