La central obrera nacional definió el 5 de noviembre como fecha clave para renovar autoridades, en medio de tensiones internas y la sombra de las elecciones legislativas como plebiscito de las políticas de Javier Milei
La Confederación General del Trabajo (CGT) atraviesa uno de los momentos más relevantes de su historia reciente. La central obrera resolvió fijar como fecha para su Congreso Nacional el 5 de noviembre, apenas días después de las elecciones legislativas de medio término, consideradas por muchos como un verdadero plebiscito sobre las políticas de ajuste impulsadas por el presidente Javier Milei. En medio de un clima económico tenso, con inflación persistente, caída del poder adquisitivo y un mercado laboral que se resquebraja bajo la presión de reformas liberales, la central sindical más poderosa del país deberá elegir a quienes guiarán a millones de trabajadores hacia un nuevo ciclo de representación. Lo que está en juego no es sólo una cuestión de nombres sino la capacidad de articular unidad en un momento donde la fragmentación política, social y económica amenaza con erosionar el rol histórico del movimiento obrero.
El Congreso, cuya fecha se ubica apenas después de las legislativas, se perfila como una bisagra. Será la ocasión para que los gremios evalúen sus equilibrios internos, definan la forma de conducción —si mantener el esquema colegiado del triunvirato o regresar a la figura del unicato— y proyecten una agenda que contemple tanto la defensa del poder adquisitivo como la incorporación de nuevas demandas laborales, en un escenario signado por la precarización, el avance de la economía informal y la irrupción de formas de trabajo vinculadas a las plataformas digitales. Hasta ahora, la conducción vigente, integrada por Héctor Daer (Sanidad), Carlos Acuña (estaciones de servicio) y Octavio Argüello (camioneros), confirmó que no buscará renovar su mandato. Daer, quien en abril reconoció que “después de 9 años al frente de la CGT tenemos que generar un recambio”, dejó en claro que se avecina un cambio de ciclo que podría modificar profundamente el mapa de poder sindical. Este anuncio abrió la puerta a una discusión que va más allá de los apellidos: implica repensar la central, aggiornar sus formas y dar lugar a nuevas voces que expresen la diversidad del movimiento obrero argentino.
El camino hacia noviembre ya está pautado. El 27 de agosto se celebrará un encuentro informal en el camping de SETIA en Ezeiza, que muchos ya bautizaron como un “pacto de SETIA”, donde se espera que se tracen líneas gruesas sobre candidaturas y formato de conducción. Al día siguiente, el Consejo Directivo convocará al Comité Central Confederal, paso previo obligatorio para la concreción del Congreso de noviembre. La definición de la fecha en sí misma no está exenta de matices: mientras algunos medios señalaron el 5 de noviembre, otras versiones hablan del martes 4 en el predio de Parque Norte. Más allá de la precisión, la certeza es que la cita se dará en esa semana clave posterior a las legislativas, un momento en el que el tablero político argentino podría reconfigurarse dependiendo de los resultados.
El debate sobre el formato de conducción es central. El actual triunvirato permitió, desde 2021, sostener una cierta paz interna y un equilibrio entre sectores dialoguistas y más confrontativos. Sin embargo, hay quienes sostienen que la dispersión de voces resta potencia política y que la coyuntura exige una figura única que concentre la representación. El unicato, símbolo de liderazgos históricos como el de Saúl Ubaldini o Hugo Moyano en sus momentos de esplendor, aparece como alternativa. La definición será estratégica: un triunvirato permitiría mantener equilibrios entre las principales ramas gremiales, mientras que un unicato podría proyectar una imagen de mayor contundencia frente al Gobierno y la opinión pública.
La coyuntura económica agrega dramatismo al proceso. El INDEC informó que en junio de 2025 la actividad económica cayó un 0,7% mensual, acumulando dos descensos consecutivos, aunque en comparación interanual arrojó un aumento del 6,4%. Esta volatilidad, sumada a la persistente inflación y a la falta de recomposición salarial efectiva, genera un clima de malestar creciente entre los trabajadores. La CGT, históricamente defensora del poder adquisitivo y la negociación paritaria, se enfrenta al desafío de evitar la desafección social en un momento donde el descreimiento hacia las instituciones se profundiza. La elección de autoridades será también la definición de un rumbo: continuidad de una política de diálogo moderado con el Gobierno, o un viraje hacia una postura más firme de confrontación. Ambas líneas conviven hoy dentro de la central y, de algún modo, el Congreso deberá sintetizarlas para evitar fracturas que puedan debilitar su poder.
El escenario político general tampoco es sencillo. Desde 2024, la CGT ha marcado distancia del personalismo de Cristina Fernández de Kirchner y se inclinó por respaldar figuras como Axel Kicillof en la búsqueda de renovación del peronismo. Ese posicionamiento refleja una tendencia interna: rechazo a liderazgos verticalistas y apuesta a consensos más amplios. La relación con el Gobierno de Milei, por su parte, oscila entre la tensión y la prudencia: la central sindical ha denunciado los efectos de las políticas de ajuste sobre los trabajadores, pero al mismo tiempo busca evitar un enfrentamiento abierto que derive en aislamiento político. La elección de nuevas autoridades será determinante para definir si la CGT opta por un perfil más confrontativo o por mantener canales de negociación en un marco adverso.
El concepto de “caras nuevas” que circula en los pasillos de los gremios no implica necesariamente outsiders políticos, sino dirigentes con trayectoria sindical pero sin la exposición de las grandes figuras de los últimos años. La idea es que puedan actuar como puentes entre distintas corrientes, renovar la representación y proyectar credibilidad. Además, la inclusión de la paridad de género en la reforma estatutaria de 2021 abrió la posibilidad de que mujeres con peso específico dentro de sus gremios ocupen cargos relevantes, aportando otra perspectiva a la conducción. Este aspecto es visto como una conquista institucional que moderniza la estructura de la CGT, alejándola de los modelos personalistas del pasado y acercándola a tendencias internacionales que promueven la democratización sindical.
La experiencia global aporta lecciones. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) destacó que, tras la pandemia, los sindicatos en distintos países debieron reinventarse para incorporar a trabajadores jóvenes, informales y de plataformas digitales, al tiempo que desarrollaron nuevas formas de organización basadas en herramientas tecnológicas. Argentina enfrenta un desafío similar: la necesidad de ampliar la base de representación hacia sectores emergentes que hoy quedan por fuera de los marcos tradicionales de la negociación colectiva. Una CGT renovada que logre adaptarse a estas demandas podría recuperar legitimidad frente a un mundo laboral en transformación.
El Congreso de noviembre, entonces, no será sólo una instancia administrativa. Encierra una definición política de primer orden: qué CGT necesita la Argentina en un contexto de crisis económica, transformación del trabajo y volatilidad institucional. La capacidad de lograr unidad en la diversidad será la clave. Las tensiones existen, pero el consenso general es que una fractura resultaría letal en un momento donde la fortaleza del movimiento obrero puede convertirse en una de las pocas anclas de estabilidad social. Lo que se discute es mucho más que nombres: es el modelo de sindicalismo que se proyectará hacia la próxima década.
En conclusión, la CGT se encuentra en un punto de inflexión. El fin del mandato de su actual conducción coincide con un escenario político y económico convulsionado, y la elección de nuevas autoridades se dará en una fecha simbólica: justo después de que el pueblo argentino exprese en las urnas su veredicto sobre el rumbo del Gobierno. La central sindical tiene ante sí la oportunidad de renovarse, abrirse a nuevas generaciones, fortalecer la paridad de género y adaptarse a los desafíos del siglo XXI. Lo que surja de noviembre no sólo definirá a quienes ocupen las sillas de la conducción, sino también el lugar que el sindicalismo argentino ocupará en el tablero político, económico y social de los próximos años.