19 septiembre, 2025 12:26 pm

LA ONU DECLARA LA HAMBRUNA EN GAZA

Una catástrofe provocada deliberadamente, con responsables identificados y un mundo que elige mirar hacia otro lado

La Organización de las Naciones Unidas ha declarado oficialmente que en la Ciudad de Gaza y sus alrededores existe una hambruna. No es un tecnicismo burocrático ni un diagnóstico exagerado: es la constatación de una catástrofe humanitaria sin precedentes en Medio Oriente, un desastre que cumple con los tres criterios más extremos en la medición internacional de inseguridad alimentaria: la escasez absoluta de alimentos, la desnutrición aguda en niños y la mortalidad diaria en ascenso. Gaza se ha convertido en el epicentro de una tragedia creada deliberadamente, donde el hambre no es la consecuencia de la guerra, sino una de sus armas principales.

En Gaza, más del veinte por ciento de los hogares no tiene acceso a comida alguna. Más del treinta por ciento de los niños menores de cinco años sufre desnutrición aguda. Y las muertes relacionadas con el hambre ya se cuentan por centenares solo en las últimas semanas, superando lo registrado en casi dos años de guerra. Se trata de una situación tan crítica que los organismos especializados alertan que, sin un cambio inmediato, otras zonas de la Franja seguirán el mismo camino en cuestión de días.

No es una fatalidad natural. No es una sequía, ni un terremoto, ni una peste. Es el resultado de decisiones políticas y militares concretas. El bloqueo, el asedio, la destrucción de tierras cultivables, el bombardeo de silos y mercados, el cierre de pasos fronterizos y la restricción deliberada de ayuda humanitaria configuran una estrategia de guerra: matar por hambre.

Netanyahu y la decisión política del hambre

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, es el responsable directo de esta política. Bajo su gobierno, Israel no solo ha bombardeado barrios enteros hasta reducirlos a escombros, sino que también ha decidido asfixiar a la población civil cortando el acceso a los recursos esenciales para vivir. Netanyahu no habla de errores ni de excesos: ha declarado abiertamente que la presión sobre Gaza no cesará hasta destruir a su enemigo. Esa presión, en los hechos, significa la muerte de miles de inocentes, mujeres, ancianos y sobre todo niños.

El hambre se ha institucionalizado como método de coerción colectiva. Cada camión detenido en la frontera equivale a miles de raciones de alimentos que nunca llegan. Cada tanque que dispara contra un depósito agrícola significa semanas enteras de ayuno forzado para comunidades enteras. No se trata de daños colaterales, sino de una política consciente: debilitar a una población entera a través del hambre y la sed.

La crisis golpea con especial crueldad a los más pequeños. Uno de cada tres niños menores de cinco años en Gaza sufre desnutrición aguda. Decenas de miles necesitan tratamiento inmediato para sobrevivir. Las imágenes que llegan desde los hospitales son estremecedoras: cuerpos diminutos, huesudos, con piel pegada al hueso, miradas apagadas y llantos que apenas tienen fuerza para sonar.

Los médicos en Gaza trabajan sin insumos, sin electricidad estable, sin agua corriente. Intentan alimentar a los bebés con mezclas improvisadas, atienden con las manos desnudas y se ven obligados a seleccionar a quién salvar y a quién dejar morir por la falta de recursos. Los padres llegan con sus hijos en brazos, solo para escuchar que no queda nada que pueda hacerse. La niñez de Gaza está siendo exterminada a fuego lento.

La magnitud de la tragedia: decenas de miles de muertos

Desde el inicio de la ofensiva israelí, ya han muerto más de 60.000 personas en Gaza, de las cuales la mayoría son mujeres y niños. Cálculos independientes elevan la cifra por encima de 90.000 si se incluyen las muertes indirectas por hambre, enfermedades sin tratar y cuerpos aún bajo los escombros. Nunca en la historia reciente se registró un nivel tan alto de víctimas civiles en tan poco tiempo.

El propio ejército israelí maneja datos que confirman esta realidad: alrededor del ochenta por ciento de las víctimas son civiles. La densidad poblacional de Gaza convierte cada bombardeo en una masacre y cada corte de suministros en una condena masiva. La guerra no se libra solo contra un enemigo armado, sino contra toda una sociedad que ha sido sitiada, arrasada y llevada al borde de la desaparición.

Juristas, médicos y organismos de derechos humanos coinciden: lo que ocurre en Gaza no es simplemente una tragedia, es un crimen. El uso del hambre como método de guerra está expresamente prohibido por el derecho internacional humanitario. Forzar a una población entera a la inanición, impedirle el acceso a medicinas, cortar el suministro de agua y electricidad y atacar a quienes intentan brindar ayuda constituye un crimen de guerra. Y cuando esas acciones son sistemáticas, masivas y deliberadas, se transforman en un crimen contra la humanidad.

El gobierno de Netanyahu es responsable de estas decisiones. Pero la impunidad no se explica solo por su poder militar. Se sostiene en el silencio, la complicidad y la inacción de gran parte de la comunidad internacional.

El mundo que calla y la doble vara

Mientras en Gaza se mueren de hambre miles de personas, el mundo sigue funcionando con normalidad. Los grandes gobiernos expresan preocupación, emiten comunicados, discuten en foros diplomáticos, pero no interrumpen el flujo de armas hacia Israel ni imponen sanciones que podrían frenar la masacre.

El contraste con Ucrania es evidente. Allí, desde el inicio de la invasión rusa, se movilizaron recursos multimillonarios, se enviaron armas, se aprobaron sanciones globales y se desplegó solidaridad activa. En Gaza, en cambio, la ayuda humanitaria se mide en camiones que llegan de a cuentagotas y muchas veces ni siquiera logran ingresar. Se invierten miles de millones en financiar la guerra en Europa, pero no se garantizan unas decenas de millones para alimentar a una población cercada en Medio Oriente.

El mensaje es claro: no todas las vidas valen lo mismo. Y esa doble vara convierte a la comunidad internacional en cómplice del crimen.

La declaración de hambruna de la ONU no es un dato más. Es un llamado a la conciencia mundial. Es la constatación de que en pleno siglo XXI, bajo la mirada de todos, un pueblo entero es condenado a morir de hambre por decisión política.

Cada día que pasa sin acción significa más muertes. Cada silencio diplomático es un aval. Cada demora en abrir corredores humanitarios es una sentencia firmada. Gaza es hoy el espejo más oscuro de la humanidad: un territorio donde se ha roto la frontera entre la guerra y el exterminio, entre la política y el crimen.

Qué debe ocurrir ahora

Detener la hambruna exige medidas inmediatas y concretas:

• Un alto el fuego total y sostenido, que permita el ingreso de ayuda sin riesgo.

• La apertura de corredores humanitarios seguros, bajo supervisión internacional, que garanticen la llegada masiva de alimentos, medicinas, agua y combustible.

• Protección efectiva a trabajadores humanitarios y médicos, que hoy arriesgan su vida por salvar a otros.

• El juzgamiento internacional de los responsables de usar el hambre como arma de guerra, empezando por Netanyahu y su gabinete.

• Un compromiso político real del mundo, que vaya más allá de las palabras y se traduzca en acciones contundentes: sanciones, presiones diplomáticas, aislamiento a quienes violan las leyes más elementales de la humanidad.

La hambruna en Gaza es el resultado de una estrategia deliberada. Benjamin Netanyahu y su gobierno son los responsables directos de haberla provocado. La comunidad internacional, con su tibieza, con su doble vara, con su silencio, se convierte en cómplice.

Gaza no es solo un territorio arrasado. Es un símbolo de hasta dónde puede caer la humanidad cuando el poder y la impunidad pesan más que la vida. Cada niño que muere de hambre es una acusación contra todos.

La historia recordará este momento no solo como una catástrofe humanitaria, sino como una vergüenza global. Aún es posible revertirlo. La pregunta es si habrá coraje para hacerlo.

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