Tras dos días de tensión cambiaria, el mercado cerró con cotizaciones dispares entre el oficial, el blue y los financieros; analistas advierten que la calma puede ser transitoria
En una jornada marcada por la fuerte volatilidad cambiaria en la Argentina, el dólar cerró con movimientos dispares luego de dos días consecutivos de subas. El tipo de cambio oficial retrocedió alrededor de quince pesos en el promedio de bancos y casas de cambio, y se ubicó en un rango que osciló entre 1.360 y 1.375 pesos para la venta, de acuerdo con la información publicada por las principales entidades financieras y los registros del Banco Central. El Banco Nación lo fijó en 1.330 pesos para la compra y 1.370 para la venta, lo que refleja la misma tendencia a la corrección. El dólar blue, por su parte, también mostró una leve retracción y cerró en torno a 1.365 pesos en las cuevas de la City porteña, luego de haber presionado hacia arriba durante la primera parte de la semana. De este modo, la brecha entre la cotización oficial y la paralela se mantuvo en niveles mínimos en comparación con etapas anteriores, lo que evidencia un mercado que, al menos por ahora, encontró un equilibrio transitorio tras semanas de fuerte inestabilidad.
El movimiento llamó la atención de analistas y operadores, dado que se produjo en un contexto de alta tensión inflacionaria, escasez de divisas y fuertes dudas sobre la capacidad del Banco Central de sostener el ritmo de intervenciones. La explicación más inmediata apunta a una combinación de factores: en primer lugar, las ventas de divisas de organismos oficiales, que habrían reforzado la oferta y contenido la escalada de los días anteriores; en segundo lugar, un rebote técnico tras dos jornadas consecutivas de alzas que habían acelerado la demanda; y en tercer lugar, la entrada puntual de dólares por liquidación de exportaciones que contribuyó a distender el mercado. Sin embargo, en el trasfondo subsisten los problemas estructurales que alimentan la inestabilidad: una inflación anualizada que continúa en niveles de tres dígitos, reservas netas en estado crítico y expectativas de devaluación que no ceden.
La estabilización parcial del dólar paralelo también fue interpretada como un signo de fatiga en la demanda. Muchos ahorristas y pequeños inversores que habían corrido a dolarizarse a comienzos de semana aprovecharon la ocasión para tomar ganancias o bien se encontraron con precios que resultaban demasiado altos en relación con su capacidad de compra. Al mismo tiempo, la brecha acotada entre el oficial y el blue desincentiva operaciones especulativas, ya que el margen de ganancia es menor que en otros momentos de tensión. De todos modos, la cautela sigue siendo la regla: la experiencia argentina enseña que estas pausas suelen ser transitorias y que el mercado paralelo puede reactivarse en cuestión de horas frente a cualquier shock político o económico.
El contexto general ayuda a comprender mejor el movimiento. En lo que va de 2025, el gobierno desmanteló buena parte del cepo cambiario y avanzó hacia un régimen de flotación por bandas, lo que provocó una serie de ajustes bruscos en la cotización del dólar. El oficial trepó en pocos meses desde niveles inferiores a 1.000 pesos hasta superar los 1.350, mientras que el blue mantuvo una diferencia apenas superior, reduciendo así la brecha histórica. Este esquema, defendido como un paso hacia la normalización del mercado, generó alivio momentáneo en algunos sectores exportadores pero al mismo tiempo alimentó la inflación interna, que encontró en el salto cambiario una justificación para remarcar precios. Así, la economía se encuentra en un delicado equilibrio entre estabilizar la macro y sostener el consumo interno.
Las consecuencias para la economía real son múltiples. Para los consumidores, la baja momentánea del dólar oficial puede traducirse en un respiro en algunos precios ligados a bienes importados, turismo o compras online, aunque la persistencia de percepciones impositivas y topes operativos limita el acceso a la divisa. Para el sector agropecuario, que depende de insumos dolarizados, la calma cambiaria no resuelve el dilema de fondo: vender en pesos con una inflación que erosiona márgenes y costos que se actualizan en moneda dura. Los exportadores, en tanto, se benefician de una menor brecha que desincentiva la liquidación por vías informales, pero a la vez advierten que el ritmo devaluatorio oficial puede quedar rezagado frente a la inflación doméstica. En los mercados financieros, tanto el dólar MEP como el contado con liquidación mostraron estabilidad en torno a 1.360 pesos, lo que refleja un grado mayor de cohesión con el oficial y puede abrir una ventana de oportunidad para acceder a financiamiento externo o dinamizar la renta fija. Aun así, el riesgo país continúa en niveles elevados, lo que limita el ingreso de capitales.
Los analistas coinciden en que el escenario a mediano plazo sigue abierto. Un sector sostiene que la actual corrección puede consolidar un piso para el dólar oficial si no se producen nuevos sobresaltos políticos ni shocks externos. Otros advierten que el Banco Central se encuentra en una posición débil para sostener la estabilidad: las reservas netas se encuentran en rojo, la inflación erosiona el ancla de expectativas y la dependencia de dólares financieros o de deuda genera vulnerabilidad. En ese marco, no descartan que nuevas presiones obliguen a un ajuste mayor en los próximos meses. La cuestión de fondo, remarcan, no es solo cambiaria sino fiscal y política: sin una consolidación presupuestaria y un horizonte creíble de gobernabilidad, el dólar seguirá funcionando como termómetro de la desconfianza.
Desde una perspectiva histórica, la coyuntura actual repite patrones conocidos. En distintas etapas de la economía argentina, la convivencia de un dólar oficial y un dólar paralelo fue síntoma de un mismo problema: la falta de divisas genuinas y la desconfianza en el peso. El llamado “mercado blue” es la expresión de la demanda insatisfecha que surge cada vez que se restringe el acceso a la moneda extranjera. La experiencia de las últimas décadas muestra que, mientras no se resuelva el dilema de fondo —cómo generar más dólares a través de exportaciones competitivas, inversión productiva y confianza macroeconómica—, cualquier esquema de control o flotación será parcial y transitorio.
Lo ocurrido este miércoles, entonces, debe leerse más como una pausa que como una solución. La corrección del oficial y la estabilidad del paralelo ofrecen un alivio pasajero para importadores, ahorristas y consumidores, pero no eliminan la incertidumbre estructural. Con inflación de tres dígitos, pobreza en aumento y salarios rezagados, la economía real sigue siendo la gran víctima de la volatilidad cambiaria. Los próximos meses serán clave: el gobierno deberá demostrar capacidad para sostener un esquema de flotación que no dispare una nueva corrida y, al mismo tiempo, encarar reformas fiscales y productivas que den señales de largo plazo. De lo contrario, el dólar volverá a marcar el ritmo de una crisis que ya lleva años repitiéndose con diferentes nombres y formatos.
En conclusión, el retroceso parcial del dólar tras dos jornadas de fuertes subas es un respiro bienvenido pero frágil. La historia reciente enseña que estos equilibrios suelen ser efímeros y que la confianza es la materia prima más escasa de la economía argentina. El termómetro cambiario, lejos de apagarse, sigue encendido y cada movimiento se convierte en señal de alerta para un país que hace tiempo perdió la estabilidad como horizonte.