En medio de la filtración de supuestas grabaciones que denuncian un sistema de cobros indebidos en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), Elisa “Lilita” Carrió calificó a Karina Milei como “el personaje más oscuro” del gobierno. Sostuvo que su hermano, el presidente Javier Milei, no puede desconocer lo que ocurre bajo la órbita de su secretaria general. El cruce político ocurre en un contexto de tensiones crecientes a semanas de las elecciones legislativas de septiembre.
La coyuntura política argentina vive uno de sus momentos de mayor tensión en lo que va del año, tras la difusión de audios atribuidos a Diego Spagnuolo, exdirector de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) y cercano al entorno del gobierno, que implican directamente a Karina Milei —secretaria general de la Presidencia y hermana del mandatario— en un esquema de sobornos vinculados a la adquisición de medicamentos destinados a personas con discapacidad.
Según Spagnuolo, se elevó desmedidamente el costo de los contratos con la droguería Suizo-Argentina, pasando de 3.898 millones a 108.000 millones de pesos en un año, sugiriendo una comisión del 8 % destinada a funcionarios del gobierno, incluyendo a Karina Milei y otros asesores estratégicos. En particular, expresó que Karina recibía un 3 % de cada operación, lo que convirtió a su figura en el epicentro del escándalo.
La Justicia reaccionó rápidamente: se ordenaron allanamientos en domicilios de Spagnuolo, en oficinas oficiales y en laboratorios farmacéuticos, con secuestro de dinero en efectivo, dispositivos electrónicos y documentos relevantes. El abogado Gregorio Dalbón presentó una denuncia penal que fue calificada como “el mayor escándalo de corrupción desde el retorno de la democracia”, subrayando que no se trataba de una maniobra menor sino de un esquema estructural con impacto directo sobre recursos sensibles destinados a un sector vulnerable de la sociedad.
Este escándalo se produce cuando el gobierno de Milei, que había logrado reducir la inflación considerablemente en sus primeros meses, enfrenta crecientes protestas por las consecuencias de sus políticas de austeridad. Recientes actos de violencia política, como el ataque con piedras a un acto de campaña del Presidente en la provincia de Buenos Aires, ilustran el nivel de tensión reinante y el delicado equilibrio entre su narrativa de “anticasta” y la percepción de un poder cada vez más cuestionado por prácticas opacas.
En este escenario crítico, Elisa Carrió se pronunció con dureza. En una entrevista televisiva, afirmó sin ambages: “Es el personaje más oscuro, y su codicia y forma de ejercer el poder son inescindibles de Milei. No me digan que Karina acumula y recauda dinero y que su hermano no está. Karina Milei es Javier”. Sus palabras no fueron improvisadas: buscaban marcar un quiebre discursivo en la percepción pública, apuntando al corazón del círculo íntimo del poder presidencial.
Carrió fue aún más incisiva: «Ella es la cajera tanto en el caso $LIBRA —que es un negocio para ellos— como en todo el negocio de la salud». Sostuvo que «es imposible que Javier Milei no esté al tanto del accionar de su hermana» y resaltó que «¿No denotan la oscuridad en la cara de esa mujer? Las mujeres lo entendemos mucho mejor que los hombres, pero ¿nosotros nos bancamos esa oscuridad?». Su declaración conecta el escándalo actual con antecedentes polémicos como el proyecto de criptomoneda $LIBRA, en el que también se cuestionó la transparencia de los negocios impulsados desde el poder presidencial.
La opinión pública y los medios reflejan una preocupación creciente: según encuestas difundidas en la última semana, más del 60 % de los ciudadanos considera que el presidente debe brindar explicaciones urgentes, mientras que apenas un 17 % sostiene que no tiene responsabilidad directa. El impacto digital fue inmediato: Karina Milei se convirtió en tendencia en redes sociales, con más de 1,7 millones de menciones en cuestión de horas, amplificando la presión política y mediática.
El efecto electoral es innegable. A menos de dos semanas de la elección legislativa del 7 de septiembre, considerada un test para el oficialismo y un anticipo de lo que ocurrirá en las elecciones intermedias de octubre, la crisis amenaza con reconfigurar el tablero. El oficialismo se muestra dividido: mientras algunos voceros minimizan la dimensión política del caso, otros prefieren denunciar una “operación política” en curso. Sin embargo, las dudas ya calaron en una parte de la ciudadanía que había apostado por un proyecto de ruptura con los vicios de la política tradicional.
Hasta el momento, ni Javier Milei ni Karina Milei han ofrecido una respuesta pública clara. El presidente se limitó a calificar el episodio como una maniobra desestabilizadora, pero la ausencia de un desmentido categórico y documentado erosiona la credibilidad de su relato. El silencio de Karina, arquitecta de su campaña electoral y pieza clave en la construcción del espacio oficialista, fortalece la idea de que su figura concentra un poder informal pero determinante, ahora bajo sospecha de enriquecimiento indebido.
Expertos en comunicación política sostienen que esta crisis representa un vuelco significativo en la percepción pública sobre la integridad del gobierno, sobre todo cuando su base electoral está compuesta por sectores que promueven cambios radicales basados en la transparencia y la meritocracia. El contraste entre el discurso anti-casta y la sombra de un esquema de sobornos en un área tan sensible como la salud de personas con discapacidad genera un golpe simbólico de gran magnitud.
En los pasillos de la oposición se percibe una doble estrategia: aprovechar la oportunidad para remarcar las contradicciones del oficialismo, pero también cuidar las formas para no aparecer como meros oportunistas. Carrió encarna la línea más dura, con su estilo inconfundible de denuncia frontal. Otros espacios buscan esperar el avance judicial antes de profundizar críticas, conscientes de que el electorado aún mantiene cierta expectativa de cambio en torno a Javier Milei.
La figura de Karina Milei, hasta ahora percibida como la arquitecta silenciosa del poder y madre de la estrategia política del Presidente, aparece en el centro de una tormenta que puede modificar el rumbo del gobierno. Las palabras de Carrió, emblemáticas y punzantes, no solo representan un ataque político: son un llamado al escrutinio ético en plena campaña.
El gobierno de Javier Milei, en sus obras y en sus palabras, se presentó como un renacimiento republicano frente a los vicios de la política tradicional. Hoy, esa narrativa se ve amenazada por acusaciones que evocan viejos hábitos de corrupción. La estrategia oficial ya no puede depender solo de la negación o la atribución de culpas externas. El desafío es demostrar con hechos —investigaciones judiciales, rendición de cuentas, apertura institucional— que el poder no es patrimonio de unos pocos.
Para el gobierno, está en juego la coherencia de su discurso y su supervivencia política a mediano plazo. Para la oposición, la oportunidad de consolidar un frente con credibilidad en el terreno ético. Para los votantes, la posibilidad de confirmar o desmentir que el cambio prometido por Milei representaba realmente una transformación de fondo.
En este escenario volátil, la pregunta central ya no es si el escándalo impactará en las elecciones, sino cuánto modificará la confianza de la ciudadanía en un presidente que construyó su legitimidad sobre la idea de transparencia absoluta. Carrió lo resumió en una frase que resuena con fuerza en la opinión pública: “Karina Milei es Javier”.