El jefe de Gabinete negó un escenario recesivo, pero aceptó que el gasto de los hogares se debilita. La confianza del consumidor sufrió la peor caída en 20 meses y la recuperación luce frágil frente a la presión inflacionaria y la desigualdad social.
El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, encendió las alarmas esta semana al reconocer que “en estos meses puede caer un poco el consumo”. Lo hizo en una entrevista radial en la que intentó despegar al Gobierno de cualquier señal de recesión, pero en la que su propia advertencia reflejó el frágil equilibrio en que se mueve la economía argentina. “No vamos hacia una recesión —afirmó—. Puede haber una baja coyuntural, producto de que las tasas de interés siguen altas y la gente no quiere endeudarse”.
El mensaje fue doble: transmitir calma frente a los temores de un nuevo derrumbe económico, pero también preparar el terreno para una retracción del gasto en los hogares. Francos defendió la continuidad del esquema cambiario y negó modificaciones inmediatas en la política de bandas: “No he escuchado que se vaya a hacer un cambio. Es un plan a mediano y largo plazo”, insistió. También remarcó que el Ejecutivo “no generó deuda” y que busca que el gasto público “no incida en la vida cotidiana” de la población.
La frase de Francos funcionó como un disparador porque coincidió con un conjunto de datos recientes que confirman la debilidad del consumo, variable decisiva en la actividad económica. Según NielsenIQ, en el primer semestre de 2025 el consumo masivo mostró una leve mejora del 1,2% respecto al mismo período de 2024. Sin embargo, el nivel sigue entre 35% y 40% por debajo de 2017, lo que deja claro que la recuperación está lejos de consolidarse.
El índice de confianza del consumidor, que mide la Universidad Torcuato Di Tella, registró en agosto una caída del 14% mensual: la peor en 20 meses. La baja fue más pronunciada en el Área Metropolitana de Buenos Aires, donde los hogares más golpeados ajustan de manera inmediata. La Cámara Argentina de Comercio y Servicios, por su parte, informó que en julio el consumo retrocedió 0,1%, un dato que, aunque leve, confirma el estancamiento.
Los números sectoriales muestran un mosaico dispar. De acuerdo con la consultora Scentia, el consumo masivo cayó 0,8% interanual en junio, pero al mismo tiempo el segmento de bienes durables repuntó 4%, impulsado por facilidades de financiamiento y la búsqueda de preservar valor. Esa brecha se reflejó en el mercado: supermercados y mayoristas retrocedieron 6,4%, mientras que autoservicios y comercio electrónico crecieron con fuerza, con ventas online que avanzaron 14,6% interanual.
La economía global también muestra señales contradictorias. El Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) acumuló en el primer semestre un crecimiento del 6,4% respecto del mismo período de 2024, pero el dato responde en buena parte a la baja base de comparación tras la recesión del año pasado. En la comparación contra el segundo semestre de 2024, la actividad está prácticamente estancada.
A ello se suma el condicionante estructural: el déficit fiscal de más del 10% acumulado en 2023 y 2024 dejó un arrastre que limita las posibilidades de expansión. Según un informe del IAE Business School, la pérdida de reservas sigue siendo un factor de tensión y obliga a sostener una política monetaria contractiva.
En la calle, el resultado es visible: una economía de dos velocidades. Como describió recientemente El País, coexisten una minoría de consumidores con acceso a viajes al exterior, bienes durables y turismo, con un amplio sector —cerca del 50% de la población— que no logra llegar a fin de mes. El desempleo alcanzó el 7,9% en junio, mientras que el poder adquisitivo de los salarios sigue sin recomponerse plenamente.
El consumo masivo —el termómetro más sensible de la coyuntura— se convirtió en la principal víctima. Rubros como bebidas, higiene y cosmética encadenan caídas, y las cadenas tradicionales pierden terreno frente a formatos más baratos o alternativos. Según Ámbito Financiero, aun con la leve mejora de 2025, el consumo sigue un 40% por debajo del de 2017, reflejando una pérdida de capacidad de compra estructural.
Francos buscó dar un mensaje político claro durante su informe de gestión en Diputados: “El modelo del gasto compulsivo nos condenó durante décadas. Si no aprendemos austeridad, reorganización y responsabilidad fiscal, no hay futuro posible”. El oficialismo reivindica así un cambio cultural en torno al rol del Estado y la disciplina de las cuentas públicas.
Desde el Gobierno, además, se destacan ciertos logros: un superávit energético de US$ 3.742 millones en el primer semestre, el más alto en 35 años, y señales de estabilización de precios, con inflación del 1,9% en julio y 1,6% en junio. Sin embargo, la economía real sigue mostrando un cuadro más complejo: la desigualdad social aumenta y los hogares de menores ingresos permanecen lejos de la reactivación.
La frase de Francos no pasó inadvertida porque condensó lo que marcan las estadísticas: el consumo argentino se sostiene con esfuerzo y en un escenario frágil. El Ejecutivo insiste en que no hay recesión y que no habrá virajes en el rumbo, pero reconoce implícitamente que la mejora es débil y que la confianza, clave para el gasto, está en baja. En un país donde el consumo representa casi el 70% del PBI, cualquier enfriamiento puede convertirse en un punto de inflexión.
El futuro inmediato está marcado por ese dilema: si la recomposición de salarios y el freno de la inflación logran devolver oxígeno al bolsillo, el consumo podría retomar el impulso; si, en cambio, la desconfianza se instala, la recuperación corre el riesgo de apagarse antes de consolidarse. En esa incertidumbre, la advertencia de Francos parece menos una frase aislada y más un anticipo de la fragilidad que atraviesa la economía argentina.