19 septiembre, 2025 5:58 am

El privilegio del ANSES y el amiguismo con Jairo Guzmán frente a la indiferencia social

Guillermo Ritondale, responsable de las pensiones por discapacidad en la zona, gerente de la oficina de ANSES en Caleta Olivia y referente de las dependencias del organismo en toda la zona norte, quedó en el centro de la polémica. Con siete oficinas a su cargo, un salario superior a los cinco millones de pesos y una estrecha relación política con Jairo Guzmán, fue sorprendido en plena jornada laboral jugando al Candy Crush con los pies arriba del escritorio.

La política y la función pública suelen exhibirse a través de cifras, cargos y formalidades. Sin embargo, hay escenas que condensan mejor que cualquier estadística la distancia entre lo que la ciudadanía espera de sus representantes y lo que algunos funcionarios muestran en su vida cotidiana.

En este caso, la figura de Guillermo Ritondale cobra especial relevancia. Su responsabilidad incluye la administración de un entramado de siete oficinas de ANSES en la zona norte de Santa Cruz, con áreas sensibles como las pensiones por discapacidad, que representan un sostén vital para cientos de familias. A esto se suma su rol estratégico como gerente en Caleta Olivia y su vínculo político con Jairo Guzmán, referente de La Libertad Avanza en la región, que lo posiciona como un hombre de confianza dentro de la estructura oficialista.

El contraste que desató la indignación fue contundente: lejos de los expedientes, las reuniones de gestión o las resoluciones urgentes, Ritondale fue visto en su despacho con los pies arriba del escritorio, abstraído en su celular mientras jugaba al popular videojuego Candy Crush. Para cualquier ciudadano común, podría tratarse de un pasatiempo inofensivo. Pero en un funcionario con semejante nivel de responsabilidad y con un sueldo millonario pagado con fondos públicos, la postal se convierte en un símbolo de desidia, desconexión y desprecio por el compromiso que demanda la función pública.

El episodio no solo expuso la conducta personal del funcionario, sino que también encendió el debate sobre la ética en la gestión estatal y el peso del amiguismo político en los cargos de poder. Mientras miles de ciudadanos atraviesan la pérdida del poder adquisitivo y las dificultades de la inflación, la imagen de un representante del Estado relajado y alejado de la realidad cotidiana alimenta el descreimiento y la desconfianza hacia las instituciones.

Más allá de la anécdota, la escena obliga a una reflexión profunda: la gestión pública no debería medirse por la cercanía política ni por la acumulación de sueldos y privilegios, sino por el compromiso, el trabajo efectivo y los resultados que mejoren la vida de la comunidad. Lo contrario —como se evidenció en este caso— no hace más que profundizar la brecha entre la política y la sociedad.

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