El actor y activista mexicano Eduardo Verástegui expresó recientemente su apoyo público a la vicepresidenta Victoria Villarruel, generando especulaciones sobre una alianza retórica entre referentes del conservadurismo internacional y la ultraderecha argentina. ¿Qué implica este gesto en un contexto político ya muy polarizado?
En los últimos días, Eduardo Verástegui, conocido actor, productor mexicano y activista con fuerte perfil ultraconservador, publicó mensajes en redes sociales y declaraciones donde destaca consignas clásicas del conservadurismo religioso como “Dios, vida y familia”, alabando a Victoria Villarruel como “el futuro y la esperanza de Argentina”. Verástegui completó ese discurso con una referencia explícita a Nuestra Señora de Luján, patrona argentina, lo que añade un tono simbólico de matriz espiritual al respaldo público. Lejos de tratarse sólo de un gesto de simpatía personal, detrás de este apoyo hay señales que apuntan a una estrategia de construcción de vínculos políticos transnacionales entre liderazgos conservadores, con Villarruel como destinataria visible de ese agrupamiento.
Victoria Eugenia Villarruel, abogada, activista y vicepresidenta argentina desde el 10 de diciembre de 2023 en la fórmula de Javier Milei, ha sido retratada en numerosos informes como defensora de posturas ultraconservadoras: oposiciones al aborto, a la educación sexual integral y a lo que denomina “ideología de género”, además de reivindicaciones polémicas sobre el pasado del terrorismo de Estado. No obstante, su liderazgo político ha adquirido una dimensión institucional clave pues como vicepresidenta preside el Senado de la Nación, y allí ha protagonizado sesiones conflictivas en las que su rol resultó decisivo en votaciones que contradijeron el interés central del presidente Milei, sobre todo en materia de superávit fiscal, presupuesto para jubilados o asistencia para personas con discapacidad. Estos episodios han profundizado la tensión política entre ambos, Milei y Villarruel, visible ya en declaraciones públicas cruzadas, diferencias ideológicas, exclusión de Villarruel de decisiones claves del Ejecutivo, y cuestionamientos mutuos sobre lealtad y traición.
Eduardo Verástegui, por su parte, tiene un perfil que combina arte, fe religiosa y activismo político conservador. Nacido en Tamaulipas, México, su recorrido incluye el cine con películas como Bella, Little Boy o The Sound of Freedom, producción esta última que lo vinculó con campañas internacionales contra la trata de menores. Es fundador del movimiento Viva México, con el cual ha impulsado esta agenda conservadora, incluyendo volver contra el aborto, promover la moral tradicional, la defensa de la vida, la familia, y la influencia religiosa en lo público. En México ha intentado registrarse como candidato presidencial independiente, aunque no logró reunir los requisitos legales para formalizar su postulación.
El apoyo de Verástegui a Villarruel tiene varias lecturas posibles. En primer lugar, refuerza la idea de que Villarruel no actúa aislada, sino que se inserta en una red regional de conservadurismo político-religiosa que busca legitimarse mediante figuras con alto perfil público. En segundo lugar, el respaldo puede servir para Villarruel como instrumento de proyección internacional de su liderazgo, reforzando su imagen ante un electorado nacional que ya la reconoce como referente ideológica más allá de su papel institucional. En tercer lugar, el gesto podría apuntar a futuras coaliciones simbólicas o reales, especialmente de cara a elecciones, movimientos civiles o foros conservadores, pues Verástegui ha mostrado interés en vincularse con organizaciones extranjeras que comparten su agenda.
Pero también hay costos y riesgos. Villarruel ya enfrenta críticas de organismos de derechos humanos y de medios por su posición en torno a la dictadura militar, su interpretación de la historia del terrorismo de Estado y su discurso duro en temas sociales. Clientes políticos advierten que su apoyo público de figuras internacionales como Verástegui podría profundizar su confrontación tanto con miembros del gobierno de Milei como con opositores, reforzando la polarización. Además, Verástegui es señalado por algunos medios como parte de organizaciones o redes que promueven antiderechos (contra aborto, contra diversidad LGBTI+, etc.), lo que para muchos ciudadanos argentinos es tema delicado.
En cuanto a Milei, su imagen de presidencia ultraliberal en lo económico y rupturista institucional choca con algunos de los valores morales y religiosos promovidos por Villarruel y por Verástegui. Las diferencias se hacen públicas cuando se votan leyes que implican gasto estatal, responsabilidad social, derechos sociales, y cuando Villarruel, desde Presidencia del Senado, permite o facilita que ciertas iniciativas legislativas avancen pese a las objeciones de Milei. Esta relación tirante refleja una lucha por espacios de poder y reconocimiento entre ambos dentro del bloque gobernante, y también obliga al electorado a discernir si las alianzas de convicción pesan más que las lealtades institucionales.
Por otra parte, el gesto de Verástegui podría interpretarse como una forma de aval moral más que como una alianza formal. Hasta ahora no hay indicios contundentes de acuerdos electorales concretos entre él y el espacio de Villarruel en Argentina, ni de planes oficiales de colaboración más allá del apoyo público. Pero la visibilidad que tiene Verástegui en redes sociales y medios conservadores le aporta a Villarruel un eco que trasciende fronteras, lo que puede resultar útil si pretende ampliar su base de apoyo hacia sectores más religiosos o conservadores no disciplinados por la estructura partidaria.
El contexto político argentino hace que cada gesto de este tipo sea objeto de interpretaciones políticas intensas. Villarruel ya ha sido acusada por Milei y por sectores cercanos al gobierno de excluirse del núcleo duro del Ejecutivo, lo que ella niega argumentando que su rol institucional —como presidenta del Senado y vicepresidenta— es diferente, pero legítimamente autónomo en ciertos escenarios. Verástegui, en cambio, no tiene papel institucional en Argentina, pero su perfil transnacional lo convierte en un actor influyente: su discurso religioso, su producción artística y su creación de alianzas con otros referentes conservadores lo posicionan como un puente entre grupos de ultraderecha en América Latina.
En definitiva, el respaldo de Eduardo Verástegui a Victoria Villarruel no es un mero saludo protocolar ni un comentario aislado en redes sociales: constituye un episodio significativo dentro de un movimiento más amplio de internacionalización de discursos conservadores. Para Villarruel supone una oportunidad de reforzar su identidad política y espiritual, consolidando su perfil como referente del conservadurismo argentino; para el gobierno de Milei, es una señal de desgaste interno, vocación de diferenciación y conflicto latente entre lo pragmático y lo ideológico. Lo que reste del período presidencial será determinante para ver si esta incipiente alianza se traduce en acuerdos concretos, respaldo electoral o cambios en la distribución de poder dentro del oficialismo.