Las redes volvieron a encenderse tras un mensaje que refleja el sentir de muchos: la desilusión y la bronca. Un seguidor escribió con crudeza y sin vueltas: “Me da pena que defienda lo indefendible. Me da pena haber creído en él. Me dan pena los chicos con los que viví y ayudé a educar, y cómo los utilizaron. Me da pena que la justicia no haya protegido a los menores. No lo quiero ver en ese papel, del lado de los corruptos. Ya no me da pena ni Juan ni los que lo siguen: dan vergüenza.”
Las palabras no son livianas. Reflejan el desencanto profundo de quienes alguna vez creyeron en el discurso moral de Juan Carlos Molina, y hoy sienten que fueron traicionados por sus actos y sus silencios. Cada testimonio como este desnuda el costo humano de la decepción: el de aquellos que confiaron, trabajaron y pusieron el corazón en un proyecto que terminó manchado por la mentira.
La gente habla, y lo hace con dolor.