Como sociedad, ¿reconocemos que detrás del crecimiento persiste un sector que no logra avanzar?
Mientras los indicadores muestran orden y una inflación que empieza a ceder, miles de familias viven una realidad muy distinta: la de “hacer malabares todos los meses para cumplir con lo básico”. El país crece en los números, pero en los hogares la presión sigue igual de fuerte. Entre la luz, el gas, el internet, los impuestos y la comida, el costo de vida se volvió un peso que no afloja.
A esto se suma un golpe especialmente duro para el interior: el gobierno nacional le soltó la mano a las provincias, recortando fondos sin medir del todo el impacto. Esa decisión afecta de lleno a las economías provinciales: menos servicios, menos obra pública, menos movimiento comercial. En muchos distritos, lo que antes era un sostén mínimo hoy es un vacío que cada gobierno local intenta cubrir como puede.
Los salarios, en muchos sectores, siguen frenados. Y para quienes alquilan, la situación es todavía más tensa. La frase más repetida lo describe con brutal simpleza: “todo sube, pero nosotros seguimos igual”. Detrás de cada ajuste del día a día hay un trabajador, un jubilado, un comerciante que intenta no perder estabilidad.
En los comercios chicos y medianos del país, la baja de recursos provinciales se siente en la calle: menos consumo, más incertidumbre y planes que se postergan esperando tiempos más claros. La estabilidad macro puede ser real, pero todavía no llega al bolsillo del argentino común.
Y ahí aparece una pregunta que vale la pena hacernos: “si los números mejoran, pero la vida cotidiana no… estamos mirando todo el cuadro?”
No se trata de negar el rumbo ni atacar decisiones, sino de reconocer que la recuperación será verdadera solo cuando también se note en cada familia y en cada provincia.