5 julio, 2025 8:49 pm

#EDITORIAL | EL POSTE QUE AFEITABA, CURABA Y CONTABA HISTORIAS

En cada rincón de una ciudad, hay objetos que nos parecen inofensivos, casi decorativos. El poste de barbero, por ejemplo, gira afuera de las barberías con su espiral hipnótico de blanco, rojo y azul. Lo vemos y pensamos en tijeras, en cortes modernos, en barbas prolijas. Pero detrás de ese símbolo aparentemente simple se esconde una historia brutal y fascinante: la de una profesión que alguna vez cortó más que cabello.

En la Edad Media, el barbero no solo era esteta, sino también cirujano improvisado. Donde no llegaba el médico —o directamente no existía—, llegaba él: navaja en mano, improvisando tratamientos que iban desde la extracción de muelas hasta la temida sangría, ese acto de liberar sangre con la esperanza de sanar. Lo rudimentario del procedimiento no le quitaba solemnidad. Los pacientes se aferraban a un poste, las vendas ensangrentadas se colgaban como trofeos, y la barbería era, al mismo tiempo, consultorio, quirófano y vitrina de honor.

Ese es el origen del famoso poste: blanco por las gasas, rojo por la sangre, azul —incorporado más tarde— para distinguir a los barberos de los cirujanos titulados. Un emblema que surgió del dolor y del cuidado, que giraba como testimonio visual de una práctica tan ancestral como precaria, pero vital.

Hoy, ese cilindro sigue presente. Ya no avisa que alguien puede salvarte de una infección, pero sigue diciendo algo: que la historia no siempre desaparece. A veces se camufla en lo cotidiano, en los detalles que pasamos por alto.

El poste de barbero no es solo un símbolo vintage ni un elemento decorativo. Es una cápsula del tiempo. Es el recordatorio de que hubo un momento en que la estética y la medicina convivieron en un mismo lugar. Y también es un espejo: nos muestra cómo, con el paso de los siglos, las profesiones evolucionan, se profesionalizan, se dividen… pero nunca olvidan sus raíces.

Quizás sea hora de mirar más seguido esos pequeños íconos urbanos. Porque cuando entendemos su historia, también entendemos un poco más la nuestra. Y entonces, lo que parecía un simple cartel giratorio, se convierte en una lección: que hasta una barbería puede esconder una historia de sangre, ciencia y humanidad.

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