Denuncian que la intervención habría sido ordenada desde el municipio y que se trata de un ataque directo contra un símbolo sindical y social.
La ciudad de Río Gallegos amaneció con una postal que generó repudio e indignación entre vecinos y trabajadores: el mural que representaba la imagen de Rafael Güenchenen, secretario general del Sindicato Petrolero, Gas Privado y Energías Renovables (SIPGER), fue vandalizado con manchas de pintura en el rostro del dirigente. La obra estaba ubicada en el puente de la Ruta Nacional N° 3, en el acceso sur de la capital santacruceña, camino a El Calafate.
Las denuncias comenzaron a circular rápidamente en redes sociales, donde vecinos señalaron que la decisión de arruinar la pintura habría surgido por orden directa del municipio. Las imágenes viralizadas muestran claramente cómo se cubrió con pintura el retrato, alterando por completo el trabajo que había sido realizado de manera colectiva por integrantes y colaboradores del sindicato.
El mural había sido concebido como un símbolo de pertenencia, conducción y esfuerzo compartido. Durante largas horas, trabajadores petroleros y voluntarios dedicaron su tiempo para levantar, a mano alzada, una imagen que pretendía dejar testimonio del rol protagónico de la organización gremial en la vida social y laboral de la provincia. La vandalización, interpretada como un acto deliberado de hostilidad, fue leída en la comunidad como un ataque a la memoria y al reconocimiento de ese esfuerzo.
La reacción vecinal no se hizo esperar. “Esto no es casualidad, es un ataque directo contra un símbolo sindical y social que incomoda al poder municipal”, expresaron en distintas publicaciones referentes gremiales y vecinos de la capital. Para muchos, el hecho expone una forma de hostigamiento político que busca invisibilizar figuras que generan arraigo y respaldo popular.
El episodio también abrió un debate más profundo sobre las prioridades del municipio. En lugar de destinar recursos y atención a las necesidades urgentes de la ciudad —calles deterioradas, servicios básicos en crisis y barrios relegados—, se lo acusa de ocuparse en maniobras que dividen y generan confrontación.
La indignación se multiplicó a medida que las imágenes recorrieron las redes sociales. El mensaje colectivo fue claro: intentar borrar con pintura el esfuerzo de los trabajadores no debilita su legado, sino que fortalece la memoria popular y la identidad de quienes se sienten representados en esas paredes.