27 agosto, 2025 1:25 pm

CRISTINA RELEGÓ A MÁXIMO PARA EVITAR EL COSTO DE UNA DERROTA EN OCTUBRE

Consciente de que el peronismo bonaerense enfrenta un escenario adverso, Cristina Kirchner decidió apartar a su hijo Máximo del primer lugar en la lista de diputados nacionales y colocar en su lugar a Jorge Taiana. La jugada, que busca preservar figuras y marcar territorio frente al gobernador Axel Kicillof, también abrió espacio para Juan Grabois como contrapeso. El movimiento exhibe tanto el temor a una derrota como la intención de reconfigurar el futuro del kirchnerismo.

La política argentina vuelve a girar alrededor de un movimiento de Cristina Fernández de Kirchner. En el cierre de listas de cara a las elecciones de octubre, la ex presidenta y líder indiscutida del kirchnerismo tomó una decisión que sacudió al peronismo bonaerense: relegó a su hijo Máximo Kirchner, hasta ahora figura central del espacio, y colocó en su lugar a Jorge Taiana como cabeza de la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires. El gesto, lejos de ser un capricho, revela el cálculo frío de una dirigente que, al anticipar la posibilidad de una derrota contundente, opta por preservar a los suyos y evitar un costo político mayor. En simultáneo, Cristina empoderó a Juan Grabois, referente social y voz incómoda incluso dentro del oficialismo, como pieza clave en un tablero en el que Axel Kicillof busca afirmarse como el heredero natural del kirchnerismo. El mensaje es claro: el futuro de la conducción no será entregado sin condiciones.

El clima en el peronismo bonaerense es de nerviosismo. La demora en la presentación de listas, las negociaciones de último minuto y la proliferación de candidaturas alternativas evidencian la fragilidad de la unidad. Intendentes del conurbano, gobernadores aliados y dirigentes sindicales presionaron hasta el final para asegurar lugares expectables, conscientes de que el escenario es cuesta arriba. La provincia de Buenos Aires, bastión histórico del peronismo, hoy aparece en las encuestas con ventaja para la oposición: según sondeos recientes, la alianza entre La Libertad Avanza y sectores del PRO roza el 40,6 % de intención de voto, mientras que el PJ, aún con lista única, se ubica en torno al 32,2 %. La brecha, superior a ocho puntos, refuerza la percepción de derrota que se filtró incluso en el armado kirchnerista.

¿Por qué Cristina decidió bajar a Máximo? La respuesta tiene varias capas. En primer lugar, la preservación de su figura. Exponerlo como cabeza de lista en un contexto adverso significaba condenarlo a cargar con el fracaso, algo que podría comprometer su futuro político. En segundo lugar, la señal hacia Kicillof. El gobernador bonaerense, que ya busca proyectarse hacia 2027, queda condicionado: Cristina marca que el control de la lapicera sigue en sus manos, y que el futuro del movimiento no depende exclusivamente de su gestión. En tercer lugar, el mensaje hacia el propio peronismo. Colocar a Jorge Taiana, un dirigente de trayectoria reconocida en derechos humanos y política exterior, permite transmitir la idea de continuidad histórica, aunque sin arriesgar figuras jóvenes. Se trata de una lista que se arma más pensando en la resistencia y la disputa interna que en la victoria electoral.

La inclusión de Juan Grabois en este entramado también merece atención. Hasta hace poco considerado un outsider, el dirigente social ahora se convierte en un actor con aval de Cristina, lo que le da proyección nacional y lo posiciona como referencia para sectores juveniles y de base. Su presencia es, a la vez, un desafío para Kicillof, que debe convivir con un contrapeso que interpela desde adentro y que no duda en criticar las políticas de gestión. La estrategia de Cristina parece así doble: contener a los propios ante una derrota que se da por hecha y, al mismo tiempo, garantizar que la narrativa kirchnerista sobreviva en clave de resistencia y recambio.

Las consecuencias de esta jugada ya se sienten. Para Axel Kicillof, el debilitamiento es evidente. Aunque logró colocar a algunos dirigentes cercanos en la lista, su margen de maniobra es escaso. La sombra de Cristina sigue siendo determinante, y el sueño de convertirse en el líder indiscutido del peronismo post-kirchnerismo se le aleja. Para Máximo, la apuesta es al futuro: alejado del desgaste inmediato, queda preservado para una eventual reaparición en mejores condiciones. Para el PJ bonaerense, la realidad es cruda: la fragmentación y el desánimo se combinan en un escenario donde el fantasma de la derrota condiciona cada movimiento.

La lectura más extendida entre analistas políticos es que Cristina eligió “perder con dignidad” antes que arriesgar el capital político de su hijo y de su núcleo más cercano. Un realismo táctico que puede interpretarse como pragmatismo, pero también como resignación. En cualquier caso, el resultado inmediato es un peronismo que encara la campaña sin euforia, concentrado más en la supervivencia interna que en la disputa externa.

El desafío de cara a octubre es monumental. La oposición llega con el viento a favor, capitalizando el desgaste de la gestión nacional y la fatiga de una ciudadanía golpeada por la inflación persistente, la falta de obras de envergadura y la ausencia de resultados económicos concretos. El oficialismo, en cambio, enfrenta una campaña cuesta arriba, con un electorado desencantado y sin logros para exhibir. Cristina lo sabe, y por eso juega a otra cosa: a sostener el control de la narrativa, a evitar que el kirchnerismo quede arrasado, a reservar figuras para el futuro.

El contexto social y económico también incide en esta estrategia. Con una inflación que todavía supera los dos dígitos mensuales, salarios deteriorados y un nivel de pobreza que roza cifras récord, el gobierno llega debilitado. En la calle persiste un clima de descontento: protestas sindicales, cortes de movimientos sociales y una sensación generalizada de que las promesas de cambio no se tradujeron en mejoras tangibles. El electorado bonaerense, históricamente sensible al humor económico, se convierte así en un terreno particularmente hostil para el peronismo, que supo ser dominante allí.

En paralelo, la oposición capitaliza este desgaste con un discurso que combina promesas de orden, ajuste fiscal y modernización institucional. La Libertad Avanza, con un estilo confrontativo y directo, logra conectar con sectores desencantados, mientras que el PRO, pese a su propia crisis interna, se suma a la alianza ampliando el caudal opositor. Frente a ese frente robustecido, el peronismo exhibe fisuras que agravan aún más la dificultad de la contienda.

La decisión de Cristina, entonces, no puede leerse solo en términos electorales inmediatos. Forma parte de una estrategia de más largo aliento: preservar el capital político de su apellido, impedir que Kicillof se emancipe completamente, dar aire a nuevas figuras como Grabois y mantener viva la mística kirchnerista, aun en un escenario de derrota. Es una jugada defensiva, sí, pero también de proyección. Como en un tablero de ajedrez, la expresidenta sacrifica piezas para evitar un jaque mate total y preparar una contraofensiva futura.

Sin embargo, el riesgo es alto. Si la derrota resulta más profunda de lo previsto, el kirchnerismo puede perder bancas claves en el Congreso, intendencias en el conurbano y, lo más importante, su capacidad de condicionar la agenda del peronismo nacional. Un retroceso de esa magnitud pondría en entredicho no solo el liderazgo de Cristina, sino la viabilidad misma del proyecto kirchnerista como corriente dominante dentro del PJ.

En definitiva, la jugada de Cristina Kirchner de relegar a Máximo no es solo un movimiento táctico, sino una confesión implícita: reconoce que el peronismo bonaerense va a perder. Lo hace con la frialdad de quien ya atravesó derrotas antes y sabe que la clave no es solo el presente, sino lo que se viene después. Preserva a su hijo, marca límites a Kicillof, abre espacio a Grabois y sostiene a Taiana como rostro experimentado. La gran incógnita es si, en esta estrategia de contención, no se pierde también la oportunidad de dar batalla con más fuerza. Las elecciones de octubre dirán si el costo de esconder a Máximo fue un acierto de madre y líder política, o el síntoma de un movimiento que ya se resignó demasiado pronto a perder.

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