Hoy se apagan las luces de Disquería Venus, ese rincón que fue mucho más que un local: fue un refugio de emociones y un puente hacia mundos que descubríamos en cada disco.
En sus estantes quedó guardada mi infancia, mi juventud y esas melodías que todavía resuenan en mi memoria. Allí viví la magia de comprar mi primer CD, con los nervios y la ilusión de quien inicia un viaje sin retorno hacia el universo infinito de la música.
Cada visita era un ritual: el brillo de las portadas, el aroma inconfundible de lo nuevo, las charlas con quienes sabían recomendarte justo lo que no sabías que necesitabas. Era un espacio donde los silencios se transformaban en canciones y donde cada uno encontraba su propia banda sonora para la vida.
Hoy, con el cierre de sus puertas, no se despide solo un comercio. Se cierra una cápsula del tiempo, un pedazo de ciudad que nos enseñó a escuchar, a sentir, a elegir quiénes queríamos ser.
Gracias, Disquería Venus, por cada disco, cada consejo y cada descubrimiento. Gracias por habernos regalado un lugar donde la música fue siempre mucho más que sonido: fue compañía, identidad y memoria.