26 agosto, 2025 6:36 am

UN ATENTADO INEXPLICABLE: L-GANTE EN SHOCK TRAS HALLAR SU CASA DESTRUIDA

El viernes por la noche, el artista volvió a su mansión en Canning y se encontró con dos pisos completamente devastados, sin señales claras de incendio. Entre humo, silencio del entorno y un mensaje en redes borrado minutos después, se abren interrogantes sobre el origen del hecho y su impacto en el cantante.

El pasado viernes por la noche, Elián “L-Gante” Valenzuela, referente indiscutido de la cumbia 420 y figura polémica pero profundamente popular de la escena argentina, regresó a su hogar en un barrio privado de Canning y se encontró con una imagen que parece extraída de una película de misterio: los dos pisos de su mansión estaban destruidos, ennegrecidos por el humo, aunque sin rastros claros de fuego activo.

El desconcierto inicial se multiplicó cuando, apenas minutos después de llegar, el cantante subió a sus redes sociales un mensaje breve y cargado de angustia —“había perdido todo… que el fuego…”—, que borró a los pocos minutos, dejando a sus seguidores con una sensación de perplejidad y a los medios con un rompecabezas abierto.

Enseguida surgieron las primeras versiones, cada una más enigmática que la anterior: un atentado, un accidente, un acto deliberado con explosivos, o incluso, en tono más esotérico, algo vinculado a brujerías o energías oscuras. La periodista Laura Ubfal, en el programa Infama de América TV, relató que la escena que halló el cantante era de “dos pisos destrozados, humo, todo negro” y lanzó la pregunta que resonó: “¿bomba o brujería?”.

Ese comentario, con cierta ironía pero apoyado en la rareza del hecho, instaló la idea de que la destrucción de la casa de L-Gante desbordaba lo meramente material. Otros medios coincidieron en remarcar la magnitud de los daños y la particularidad del cuadro: no había llamas visibles, pero sí un fuerte olor a humo, paredes ennegrecidas y estructuras arrasadas.

Lo curioso es que, hasta el momento, no se conocieron registros gráficos oficiales de la escena: se habla de fotos y videos tomados esa noche, pero ni el artista ni su entorno han querido difundirlos. Ese silencio incrementa la especulación, porque en la era de la sobreexposición y del registro constante en redes, que una figura como L-Gante se abstenga de mostrar lo sucedido suena a decisión estratégica, legal o de protección íntima.

Lo más llamativo es que, pese al impacto emocional y material que supone encontrarse con el hogar devastado, al día siguiente L-Gante cumplió con dos presentaciones en Gualeguaychú, demostrando una capacidad de resiliencia notable. En el escenario, acompañado por su amigo Luis Perdomo, se lo vio sonriente, aunque el peso de la tragedia resonaba como telón de fondo. Esa mezcla de profesionalismo y hermetismo plantea preguntas: ¿qué hay detrás del episodio?, ¿qué sabe el artista que no se cuenta?

Hasta ahora, la causa del desastre sigue en investigación. No se confirmaron informes oficiales de Bomberos ni de peritos de seguros, y eso alimenta aún más la incertidumbre. Si se trató de un accidente eléctrico, la magnitud de los daños no encajaría con la ausencia de fuego activo. Si fue un ataque intencional, ¿por qué no hubo ninguna comunicación pública ni denuncia concreta?

El fantasma de un atentado circula, porque la cumbia 420 y la figura de L-Gante han sido atravesadas en más de una ocasión por polémicas, enfrentamientos mediáticos y roces con la Justicia. Sin embargo, hasta ahora, ningún hecho de esta magnitud se había registrado en torno a su vida privada.

El rumor de la “brujería”, en cambio, conecta con un costado cultural arraigado en sectores populares: la idea de que el éxito súbito, el dinero y la fama traen aparejados envidias, maldiciones o trabajos espirituales. Que la periodista Ubfal haya mencionado esa posibilidad no es un mero desliz: es parte de un discurso social que rodea a muchos artistas urbanos y que se cuela en la interpretación de hechos inexplicables.

Pero más allá de la superstición, hay un dato central: el silencio. Ni L-Gante ni su entorno cercano dieron explicaciones públicas. Ni su manager ni su abogado hicieron declaraciones, y apenas se limitaron a acompañarlo en sus compromisos artísticos. ¿Se trata de una estrategia para no entorpecer una investigación judicial? ¿O de un modo de protegerse de la especulación mediática hasta tener certezas?

La escena se vuelve más enigmática cuando se recuerda que apenas semanas atrás el cantante había protagonizado otro episodio singular: la firma de un acuerdo de cuota alimentaria con su expareja Tamara Báez, madre de su hija Jamaica, realizada de madrugada sobre el capot de un auto, con un abogado presente, en una mezcla de informalidad y espectacularidad que solo un personaje como él podía protagonizar.

La destrucción de su hogar, en ese marco, irrumpe como un golpe simbólico. En la trayectoria de L-Gante, la casa no es solo un espacio físico: representa el ascenso desde General Rodríguez a los barrios privados, la cristalización de un sueño de movilidad social, la prueba de que la música podía transformar radicalmente una vida marcada por la precariedad. Que ese lugar aparezca devastado no es solo un ataque a su propiedad, sino a la narrativa de superación que el artista encarna para millones de jóvenes.

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