En Tierra del Fuego, Javier Milei no logró recorrer las calles ni realizar actos con normalidad, cada aparición pública fue recibida con rechazo o protestas que fueron impulsadas por el Kirchnerismo y grupos de izquierda. Sin embargo, en las urnas, su espacio se impuso con claridad.
El resultado refleja una tendencia nacional: una parte importante de la sociedad eligió el ajuste antes que la incertidumbre. En medio de una inflación descontrolada, una economía paralizada y una política desacreditada, muchos votaron “contra” algo más que “a favor” de un proyecto.
La paradoja es evidente, el candidato que no podía caminar tranquilo por la calle fue el que mejor interpretó el malestar de la gente. El voto al ajuste se convirtió, una vez más, en un mensaje a una clase dirigente que perdió contacto con la realidad cotidiana.
En el fondo, el voto fueguino no fue una adhesión ideológica, sino una señal de hartazgo. La gente eligió castigar un sistema que siente agotado, aunque eso implique respaldar un modelo que promete sacrificio. No votaron esperanza, votaron orden.